Una infancia cada vez más corta
- GV Media
- Aug 2, 2018
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Eric Fernández Santiago - GV Media

Antes, ese pensamiento mágico; esa inocencia infantil en los niños duraba hasta los 13 años. Hoy desaparece entre los ocho y los nueve. Cuando cumplen los 10 años, menos niños sienten placer por el simple hecho de jugar. Empiezan a imitar a sus celebridades favoritas; les preocupan cosas que a su edad no deberían, como la apariencia física; se visten con ropa que no corresponde a sus años y exigen un móvil que los conectará con el mundo sin salir de sus cuartos, un mundo adulto que los convierte en pequeños consumidores. Cada vez piden más y juegan menos.

Uno se pregunta como madre/padre: ¿limitarles el acceso a las tabletas, los smartphones y las consolas de video juegos resuelve esto? Cualquier madre o padre sabe lo difícil que es despegar a un niño de los televisores, pero no les enseñan a dilatar la gratificación, lo que puede dar lugar a niños impacientes y que se frustren con facilidad. María Costa, directora de investigación infantil y de ocio del Instituto Tecnológico del Juguete, dice que “los padres y madres tienen un papel fundamental al ser los educadores y modelos de ejemplo e imitación, porque los niños repiten lo que nos ven hacer, y les estamos mostrando una continua utilización sin límites de estos dispositivos”.

Xavier Brinqué, profesor titular en Comunicación en la Universidad de Navarra, asegura que el niño no ha dejado de jugar, sólo cambia las formas de juego: “Un niño, desde que se levanta hasta que se acuesta, juega”. Considera un mito que a los niños sólo les gusten las maquinitas, pero reconoce que es difícil luchar contra el acortamiento de la edad de juego tradicional por la irrupción digital. Por eso “la industria de juguetes diseña juegos más sencillos e inmediatos, que dan estímulos rápidos, a imitación de los videojuegos, o que integran lo tradicional con la realidad aumentada, por ejemplo. Igualmente advierte que tendremos que pensar en las consecuencias de la tecnología en los juguetes, como las apps que requieren un teléfono móvil para jugar y por tanto conexión a internet.

No es fácil saber cómo influye el acortamiento del tiempo de juego, porque en realidad es muy difícil saber cuánto está jugando un niño, pero detectamos que hay problemas en los colegios que antes no había: cada vez más niños contestan y discuten a los padres y los profesores, crece el bullying –ahora además en las redes sociales–, algunos niños manifiestan falta de competencia emocional y social, son más impacientes (cuesta más convencerles de que no les vas a dar algo que dárselo), les cuesta superar la frustración y ponerse en el lugar del otro”.

Kyung-Hee Kim, psicóloga educativa del College of William and Mary (Virginia), en su artículo “La crisis de la creatividad”, publicado en el Creativity Research Journal, también apunta que “los niños se han vuelto menos expresivos emocionalmente, menos enérgicos, menos habladores y verbalmente expresivos, menos graciosos, menos imaginativos, menos no convencionales, menos animados y apasionados, menos perceptivos, menos aptos para conectar cosas aparentemente irrelevantes, menos sintetizadores y con menos probabilidades de ver las cosas desde un ángulo diferente”.

“Siempre hay soluciones”, defiende la psicoanalista Mercè Collell, que considera que los padres tienen que recuperar el mando y perder el miedo a decir no a sus hijos. “Hay que aprovechar que los niños admiran a sus padres para recuperar la autoridad, y si hay que aguantar rabietas porque no les dejamos jugar con la tableta, pues habrá que aguantarlas”. Y no vale quejarse de que están enviciados a los dispositivos electrónicos mientras los padres son los primeros enviciados con el Facebook o el WhatsApp. Los niños necesitan jugar con algo tangible, tocar, experimentar y sobre todo, tiempo para estar tranquilos y crear sus mundos imaginarios”. Y si dicen que se aburren, dejar que se aburran un poco más. Porque los niños a veces también se cansan de jugar.

Lo mejor que pueden hacer los padres por sus hijos es facilitarles tiempo y espacio para que jueguen con otros niños, defienden psicólogos y educadores. Pero también los padres deben ser más estrictos en su casa a la hora de dejar que sus hijos tengan acceso a estas tecnologías. No es que se los prohíban, pero sí limitarles su uso. Una casa donde las reglas estén ya establecidas y se respeten, de seguro podrán disfrutar de estas tecnologías que, al final del día, son fuente de entretenimiento y educación para todos. Los niños pueden seguir siendo niños, en la medida que éstos sean criados y monitoreados con el uso de las tecnologías provistas por sus padres.
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